INFORMACIÓN, 13 de mayo de 2001


Las afganas no estamos consideradas seres humanos

CLARA R. FORNER

A algunas mujeres les han pegado por llevar los agujeritos de la burka demasiado grandes

Vive en un país gobernado por un régimen loco que ha quitado a las mujeres todos los derechos y las obliga a vivir ocultas por la odiada burka. Sabira Matten ha venido a Alicante para explicarnos la tortura a la que está sometido el pueblo afgano.


Sabira Matten ha venido invitada por el Centro de Estudios sobre la Mujer de la Universidad de Alicante. Y lo ha hecho jugándose la vida. Si los taliban llegaran a averiguar su verdadera identidad la matarían, como ya hicieron con la líder de RAWA ÐAsociación Revolucionaria de Mujeres de AfganistánÐ, cuyos miembros trabajan dentro y fuera de su país para aliviar el sufrimiento de la población afgana y dar a conocer locura de un Estado dirigido por un grupo de fundamentalistas misóginos, que ha convertido a las mujeres en las principales mártires.

Con voz frágil y mirada triste Ðpoco más podemos decir de esta mujer por el riesgo de que puedan identificarlaÐ Sabira explica que «la gente en general sigue desconociendo cuál es la situación en Afganistán porque muchos creen que sólo estamos obligadas a llevar la burka, pero es mucho peor, es una tragedia porque no estamos consideradas seres humanos».

La burka es el símbolo de las mujeres afganas. Es una prenda de vestir que las convierte en una especie de fantasmas. Deben llevarla obligadamente al salir a la calle y cubrir con ella todo su cuerpo, incluidas las manos. Además, Sabira relata que el tejido que cubre sus ojos debe ser suficientemente tupido pues «a algunas mujeres les han pegado por llevar los agujeritos demasiado grandes».

Pero este régimen loco de los taliban no se conforma con quitar la identidad a las mujeres con esta prenda. Además les prohíbe desde reir en público, a pisar fuerte Ðpues consideran que es una forma de llamar la atención de los hombresÐ, o salir a la calle sin la compañía de un familiar masculino directo. Si descubren que debajo de la burka llevan las uñas pintadas, el castigo consiste en cortarles los dedos.

Antes de que los taliban asumieran el poder en 1997, algunas mujeres rurales llevaban la burka, una prenda que sólo se utiliza en Afganistán y en Pakistán, con otra varianteÐ. Sabira señala que para el resto de las mujeres, la obligación de llevarla «ha sido un trauma, porque es humillante, dificulta todos los movimientos y también ver, sobre todo las que necesitan gafas».

Con esta situación, no es extraño que la representante de RAWA relate que la mayoría de las mujeres «tienen problemas psicológicos y sociológicos porque los fundamentalistas están mentalmente enfermos».

Antes de que los taliban impusieran su régimen, las mujeres trabajaban en Afganistán y también estudiaban carreras universitarias. «Ahora están desesperadas porque no sólo han perdido su trabajo, sino también a sus familias, pues sus maridos o hijos han sido asesinados y muchas de ellas se ven abocadas a la prostitución».

Tampoco pueden estudiar ni tienen derecho a la salud. Además de que apenas hay medios sanitarios, durante unos años se prohibió que las médicas pudieran ejercer y a las mujeres no las puede reconocer un doctor, un hombre. Últimamente se ha permitido algunas médicas vuelvan a trabajar, pero aún son muy pocas las que lo hacen.

Sabira Matten explica que solamente en Kabul hay 25.000 viudas. Teniendo en cuenta que las familias tienen una media de diez miembros y que la mujer no puede trabajar, lo único que pueden hacer las madres es vender las pertenencias que les queden y mandar a sus hijos a buscar entre la basura. «Es la vida diaria de todas las mujeres: la falta de esperanza para el futuro. Ellas suelen estar en casa, siempre angustiadas por el futuro de sus hijos e incluso dentro de casa se sienten inseguras. Si muchas de ellas no se suicidan es por los niños».

Una afgana, añade, no tiene alternativas al matrimonio porque «sólo los hombres pueden trabajar e, incluso, a una mujer que no tuviera problemas económicos la mirarían mal».

No es de extrañar, pues, el elevado número de suicidios entre la población afgana. Los hombres no escapan de esta tendencia porque casi nadie se salva de la pobreza y a ellos también se les prohíben las pequeñas alegrías como la música o cualquier tipo de entretenimiento. Como obligación, tienen que ir cinco veces al día a rezar a la mezquita.

Por falta de medios sanitarios, la esperanza de vida es corta, pero los hombres que llegan a la vejez sufren castigos corporales cuando sus hormonas les fallan y la barba deja de crecer: los taliban obligan a llevarla muy poblada y no cumplir este precepto es signo de poca hombría. «Quieren eliminar cualquier tipo de esperanza; cualquier motivo de alegría y por eso han prohibido hasta la celebración del año nuevo».

«Es difícil entender que los taliban regenten prostíbulos o hagan trata de blancas, pero así es», explica la representante de RAWA, quien explica que muchos padres no tienen más remedio que vender sus hijas a los taliban «porque así están más protegidas y ellos tienen centros oficiales donde las recogen y entregan como esclavas».

Para los afganos, manifiesta, los matrimonios concertados por los padres «es algo de todos los días». Gracias a la burka, el futuro marido no conocerá el rostro de su esposa hasta que se casen.

Muchos afganos han escapado de este infierno yendo a los campos de refugiados de Pakistán. Pero su compatriota explica que «la vida allí no es mucho mejor porque los fundamentalistas ejercen el control sobre ellos y tampoco hay educación, ni cuidados médicos, ni libertades». Por eso, al cabo de un tiempo muchos de los emigrados han vuelto a Afganistán, donde al menos tendrán algún trabajo.

¿Por qué sus compatriotas soporta estos sufrimientos, especialmente cuando, según Sabira, el 99% de la población está en contra del régimen? La razón, opina la mujer, «es el cansancio». «Los afganos somos como todo el mundo, queremos seguridad, no queremos crueldad, ni muerte, ni las enfermedades que provocan los fundamentalistas, pero una de las razones por las que no hay una resistencia fuerte es porque la población está cansada después de más de 20 años de guerras». Además, indica, «los taliban tienen todo el poder en sus manos: pueden matar y torturar y la situación económica es tan precaria que la gente no piensa en unirse».

Con todo en contra, y pese a que los taliban infiltran a sus mujeres como espías, Sabira explica que entre la población «hay otro tipo de resistencia: por ejemplo, las familias que pueden permitírselo intentan tener una televisión o escuchar música, a pesar de que está prohibido y de que se han destruido hasta los cines».

«También hay un cierto contacto entre vecinos y parientes y entre ellos comentan sus miedos y problemas», señala la mujer, que asegura que «hay mucha solidaridad y unos se avisan a otros de la llegada de los talibanes».

Pese a la prohibición de salir solas y de hablar con los dependientes, muchas mujeres contravienen la ley. «Saben que pueden ser apaleadas, pero no tienen otra opción si quieren dar de comer a sus hijos». A veces, incluso, «salen a tomar helados y, si se acercan los taliban, sus hijos las avisan. Ellas salen corriendo, dejando los helados e incluso hasta los zapatos».

Aparte de estos pequeños signos de rebeldía, la principal resistencia la ejerce RAWA. La asociación a la que pertenece Sabira trabaja de forma sumergida en Afganistán y en Pakistán. Los dos principios que defiende esta agrupación de mujeres, en la que también colaboran hombres, son la elección libre de credo y la separación entre religión y Estado.

Sus miembros organizan clases de alfabetización para mujeres, niñas y niños, puesto que las escuelas prácticamente han desaparecido. También procuran facilitar equipos sanitarios gratuitos a las mujeres de Afganistán y Pakistán.

Además, algunas de sus socias, como Sabira Matten, viajan por todo el mundo para dar a conocer la situación de su pueblo a las gentes de otros países, como España, donde lamentablemente ha habido mucho más eco por la destrucción de los dos budas que por la tortura diaria que padecen 25 millones de personas.

Lo que Sabira Matten pide a los países occidentales no es una intervención militar, sino que se envíen las fuerzas de paz de la ONU y que se corte el suministro de armas que, según denuncia RAWA, los taliban compran, en parte, con el dinero que obtienen del tráfico de drogas. Afganistán se encuentra en la ruta que utilizan las redes que trabajan entre Europa y el centro de Asia y, tal como denuncia la citada asociación, los fundamentalistas se habrían especializado tanto en distribuir los estupefacientes como en producirlos.

RAWA posee la dirección de internet www.rawa.org y se le puede enviar ayuda en efectivo o mediante cheque nominativo, preferiblemente de un banco norteamericano, a nombre de Support Afghan Women, en la dirección postal PMB 226, 915 W. Arrow Hwy., San Dimas, CA 91773, Estados Unidos.





http://www.diarioinformacion.com/infhoy01513/alicante/33Alicante.html




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