The Digital Talkies Magazine (India), 1 enero 2001
Green Left Weekly (Australia), 1 enero 2001

Represión y RAWA:
Una visión de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA)


cartoon
El artículo original contiene algunas fotografías - RAWA.

EL ESCENARIO
Peshawar, Paquistán
Octubre 2000.

Una ciudad fronteriza cerca de la frontera de Afganistán, durante siglos centro de viajeros y comerciantes, contrabandistas y soldados, una historia inextricablemente unida al Paso de Khyber, en la ruta de la seda, de las especias y del opio, que se remonta a los tiempos del budismo, de los Mughal y los Sikh. La ciudad antigua: un mosaico de animados bazares, a rebosar de gente, objetos, animales e historias de todo tipo imaginable. Edificios con puertas y balcones de madera con complejos artesonados se alinean a lo largo de calles estrechas y tortuosas; puestos de kebab, tiendas de especias y vendedores de perfumes confieren al aire una mezcla de aromas misteriosos.

Atravieso las callejuelas en un motocarro, acompañada de una mujer cuyo nombre verdadero desconozco, no tiene domicilio fijo y no me puede decir dónde vamos. Paramos en una carnicería, negociamos la compra de grandes piezas de carne que cuelgan de unos ganchos en el umbral de la puerta. Unos pocos hombres, altos y de aspecto bastante amenazador acechan cerca de la entrada y nos miran con aires de sospecha; a continuación, uno de ellos nos dice que nos sentemos. Un hombre extremadamente gordo, con barba poblada y ojos astutos se sienta tras un gran samovar de cobre del que nos sirve tazas de kawa - té verde- a todos. Me bebo el té mientras se susurran cosas, se intercambian miradas y se pactan acuerdos. Nos vamos en otro motocarro, esta vez acompañados por un hombre. Como es normal, no me lo presentan. Contra menos información se intercambie, mejor. Más calles sinuosas y otra parada, esta vez en un sastre, idéntico proceso. Se hablan unos cuatro idiomas diferentes: Pashto, Dari, Urdu, Pashai y ¡yo no me entero de nada! Las calles son tan laberínticas que no sé dónde hemos estado y ni siquiera si hemos estado; pero me siento transportada por las escenas asombrosas, los aromas, el ambiente: todo ello es misterioso, exótico, romántico y sobre todo emocionante.

Podría ser el escenario de una película de James Bond.

Pero no lo es.

Hace unos meses no me hubiera creído que era posible: estaba en LA (donde llevo viviendo los últimos 20 años) y había ido a una librería a escuchar a dos representantes de RAWA, un grupo proderechos de las mujeres de Afganistán. Estaban de gira por los Estados Unidos y me impresionó tanto su presentación, me sentí tan horrorizada con la situación que describieron que cuando acabaron fui a hablar con ellas. Cuando me ofrecieron enseñarme Paquistán y me preguntarion si podría estar interesada en realizar un reportaje sobre la situación de las mujeres en Afganistán, no me lo pensé un minuto. Y vete aquí que, unos meses más tarde, estaba allí sentada en ese motocarro, armada con una mini cámaraa DV, un sistema compacto de micrófono inalámbrico, un trípode ligero y algunas ideas para un documental.

Tengo que confesar que además de emocionada, me sentía un poco incómoda con la idea de ir a Paquistán yo sola.

El Departamento de Estado había lanzado un aviso de alerta sobre los viajes a Paquistán que decía: "País inseguro para viajar, en particular no recomendado para mujeres solas". Tenía miedo de que me confiscaran mi equipo fotográfico en el aeropuerto, de tener que sobornar a los oficiales de inmigración y de que me encarcelasen por hacerlo: los informes de la prensa sobre el país eran nefastos. El aviso de alerta desaconseja en particular viajar a las "zonas tribales" del Paso de Khyber, afirmando que es tan peligroso que ni siquiera el gobierno paquistaní tiene jurisdicción alguna en la zona, son las bandas errantes de hombres de las tribus Pathan quienes controlan la zona. Una serie de recientes artículos de revistas hablaban en particular de Peshawar, describiéndola como ciudad cuna de terroristas, contrabando de drogas, tráfico de armas y violencia callejera. Se supone que era más fácil comprar una lanzacohetes que un par de calcetines en esa ciudad.

Muchas de estas ideas se desvanecieron rápidamente. La llegada fue fácil, el aeropuerto limpio, el personal amable, los oficiales de inmigración todo sonrisas, ni siquiera la más mínima expectativa de soborno. Ni una pregunta sobre el equipo fotográfico y por lo que se refiere a las noticias sobre violencia, drogas, etc... bien diría que hay en el mismo grado que pueda haberlo en Nueva York. En cuanto a la presencia de las armas, es mucho más fácil conseguir un arma en América y por lo que respecta a las temidas zonas tribales, me parecieron mucho más seguras que algunas zonas de Los Angeles. No deseo trivializar los aspectos más siniestros de lo que está sucediendo; pero en la mayoría de los casos, los reportajes de los medios de comunicación son como mínimo amplificados en exceso.

Tengo un doble papel: por una parte estoy grabando un vídeo y como tal me siento totalmente transportada por el carácter "pintoresco" de Peshawar, el aire de misterio y de romance que se respira y lo asombroso de sus escenarios; por otra parte, mi otra función más práctica. El toque exótico, las reuniones clandestinas, los pseudónimos, los cambios de dirección y la escolta que para mí le da un aire de aventura; pronto me doy cuenta de que para RAWA no hay glamour que valga: ésta es su vida real. Tienen que adoptar todas estas precauciones porque temen por sus vidas. Es necesario, es la realidad cotidiana de sus vidas y vivir así cada día es difícil.

Con todo ello, vuelvo de nuevo al viaje en motocarro de que hablaba antes. Todos esos encuentros, pactos, paradas, cambios de vehículo, etc.. no tenían como objetivo las drogas ni las armas, sino sencillamente visitar un orfanato. La mujer que me acompañaba era miembro de RAWA. Se hacía llamar "Sahara" y era mi guía e intérprete y nos hicimos muy amigas. El orfanato es uno de los pocos que gestiona RAWA. Alberga a 30 niños afganos que han perdido todos ellos a uno o a ambos padres en la contienda. Los niños reciben cobijo y ropa, alimentación y una educación tan buena como permiten las circunstancias.

Estuve en Paquistán 6 semanas y pude entrevistar a muchas personas de diferentes niveles sociales, desde las prostitutas y los mendigos hasta políticos y periodistas, desde marxistas a Mullahs, refugiados a embajadores y cónsules.

Pero las mujeres de Rawa son las auténticas heroínas de esta historia. Su trabajo, su valor es notorio: lo que consiguen con tan pocos recursos, trabajando en condiciones tan adversas es bastante increíbles. Apoyan positivamente a cientos de mujeres y a sus familias y, en mi opinión, son uno de los pocos rayos de esperanza en una situación que de lo contrario no sería nada prometedora.

RAWA significa Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán. Aparentemente, la palabra "revolucionaria" es problemática para muchas personas: demasiado "radical", "extremista", "militante". Sahara se queda perpleja ante esta respuesta: "Es muy sencillo, ¿por qué nos autodenominamos "revolucionarias"?", afirma seriamente. "Lo que deseamos es derechos plenos para la mujer, queremos que las mujeres sean reconocidas como seres humanos; esta idea de por sí se considera "revolucionaria" en Afganistán. Queremos un gobierno laico, democrático, con libertad de pensamiento, de expresión y religión para todos: esto en sí es demasiado revolucionario.... La gente dice que somos "radicales" porque les recordamos que todos los partidos Jehadi son fundamentalistas con una interpretación distorsionada del Islam que han cometido nefastas atrocidades contra su propio pueblo y que, por tanto, no deberían formar parte de ningún gobierno de Afganistán en el futuro. Tenemos que ser radicales, estamos combatiendo el régimen más brutal: tenemos que ser sumamente tenaces en la lucha por nuestros derechos".

Fundada en 1977 por una mujer enormemente carismática, Meena, el grupo ha conseguido superar los avatares de veintidós años de guerra y luchas. Incluso antes de la invasión soviética de Afganistán, Meena, una feminista comprometida, poeta y asistente social, abogaba por los derechos de la mujer en Afganistán. Cuando los rusos invadieron el país, su trabajo cobró mayor importancia y ella y sus seguidoras abrieron escuelas, hostales y hospitales para los luchadores por la libertad de Afganistán. Diez años después de haber fundado la organización, Meena fue asesinada. Todavía se desconoce quién fue su asesino: si lo hicieron agentes del KGB o si fue Hizb-e-Islami. Incluso después de su muerte, Meena ejerce una poderosa influencia e inspira a las mujeres a continuar en la lucha que ella empezó.

La lucha de RAWA es ahora aún mayor bajo el brutal régimen de los Talibanes que niegan a su pueblo y a las mujeres, en particular, los derechos humanos básicos. La letanía de leyes que restringen la vida de las mujeres en Afganistán es bien conocida en la actualidad: no pueden trabajar, no pueden ir al colegio, deben vivir en casa con ventanas tapadas para evitar ser vistas desde el exterior, no pueden salir a la calle si no van acompañadas de un familiar varón, no pueden recibir tratamiento de doctores varones y, dado que las mujeres doctores son prácticamente inexistentes, no pueden recibir tratamiento médico si enferman. Si son sorprendidas infringiendo una de estas leyes, pueden ser severamente golpeadas, encarceladas o incluso asesinadas. Las palizas, las violaciones e incluso el asesinato de mujeres no están sancionados. Según la ley de los Talibanes, la propia existencia de las mujeres parece ser es inmoral. Una gran cantidad de mujeres sufren problemas de depresión y aislamiento y muchas han preferido el suicidio a una existencia en circunstancias tan extremas.

RAWA cuenta con unos 2000 miembros activos entre Paquistán y Afganistán. Con sus muy limitados recursos, consiguen proporcionar una amplia gama de servicios en su objetivo de educar a las mujeres. Gestionan escuelas para niñas hasta nivel de Bachillerato Superior. Dirigen unidades clínicas móviles, organizan cursos de formación de enfermeras, cursos de alfabetización para mujeres que no recibido educación alguna. Asimismo, promocionan proyectos para generar ingresos, como dar gallinas a las mujeres para que puedan vender los huevos en el mercado. Igualmente se favorece la creación de talleres de artesanía, costura, bordado, tejido de alfombras. RAWA ofrece también su ayuda a las prostitutas, conscientes de que miles de mujeres, viudas de guerra en su mayoría, se han visto obligadas a ello, dado que tienen prohibido el trabajo y con la mendicidad no consiguen alimentarse ellas ni sus hijos.

Todos estos servicios los prestan con gran riesgo de la propia seguridad de sus miembros, en particular en Afganistán. Allí todo debe ser clandestino. Si las descubriese el régimen Talibán, las mataría inmediatamente. Sahara dice que "esta es la única manera de conseguir que las mujeres tengan acceso a la educación, a la asistencia sanitaria - tenemos que hacerlo así." El régimen de los Talibanes y los demás partidos Jehadi han emitido decretos de muerte mediante lapidación contra cualquier seguidora de RAWA, equiparándolas con las prostitutas. Por ello, deben trabajar en la clandestinidad, utilizar seudónimos y no permanecer durante mucho tiempo en un mismo lugar. Son el único grupo de mujeres afganas que trabaja en el propio Afganistán.

RAWA organiza asimismo, manifestaciones, protestas y marchas en Paquistán para atraer la atención a la causa de las mujeres afganas. En general asisten muchas personas, llegando incluso a alcanzar la cifra de 5000 participantes. Sus seguidores varones actúan de guardaespaldas y escoltas y apoyan plenamente su causa. RAWA publica, asimismo, una revista y organiza eventos culturales y, cada vez más, se invita a sus seguidoras a asistir a conferencias y seminarios de carácter internacional.

Recientemente, RAWA ha emprendido un nuevo proyecto: el de recopilar video-documentación. En noviembre de 1999, una mujer en Kabul fue condenada a muerte por sospecha de adulterio. Se emplazó a todas las mujeres de Kabul a presenciar la ejecución que tuvo lugar en un gran pabellón deportivo en el centro de la ciudad. Un miembro de RAWA consiguió entrar una cámara de vídeo oculta bajo el burqa y grabó todo el procedimiento. Desde entonces, se han conseguido grabar otros castigos, amputaciones, ahorcamientos, degollamientos. Sin embargo, ninguna cadena de televisión ni agencia informativa está dispuesta a comprar ni a emitir esas grabaciones y RAWA se está preguntando cuál sería el mejor modo de mostrar al mundo lo que está sucediendo en su país. No hay respuestas fáciles.

Debido a sus convicciones políticas, no pueden ser consideradas ONG y por tanto es difícil conseguir financiación para su causa, a pesar de la labor humanitaria que realizan. Recientemente solicitaron al gobierno de Paquistán permiso para distribuir mantas a los miles de afganos que se quedaron bloqueados en la frontera que Paquistán cerró hace poco en Torkham. Se les denegó la autorización por su condición de organización "no oficial". Confían pues en donativos particulares para su financiación y en los ingresos que generan con la venta de revistas y siguen trabajando en proyectos que generen algunos ingresos adicionales.

RAWA se concentra especialmente en la educación. "La educación es necesaria, las personas deben conocer su condición, deben saber que no tienen por qué vivir así", afirma Sahar. "Los Talibanes y los Jehadi desconocen la historia y la cultura de Afganistán y le están negando la educación a su pueblo porque quieren que sean ignorantes, para poderlos controlar".

Si bien son muchas las mujeres que agradecen sus esfuerzos, continúa siendo difícil para RAWA convencer a la población de su firme creencia en la educación. "Antes de poder hablar a las mujeres, debemos poder convencer a sus maridos para que nos dejen hablar con ellas. Muchas veces, los maridos llaman a sus mujeres "imbéciles" y no ven la necesidad de que reciban educación", afirma Sahar.

De todos modos, no pierde la esperanza. Dice que muchos Afganos ya están hartos de la guerra y de las luchas; pero que están todavía más hartos del régimen Talibán y de su interpretación del Islam. "Incluso los hombres", manifiesta, "no apoyan al régimen Talibán. Los hombres también sufren. Si no llevan barba o si la llevan muy corta se les golpea contundentemente. Si no cierran sus establecimientos para ir a rezar cinco veces al día, pueden acabar en la cárcel. Esto no es el Islam. El Islam afirma claramente que las mujeres pueden recibir educación, trabajar. El Islam afirma claramente que "la religión no es obligatoria". Hay pocas oportunidades de trabajo. No hay infraestructura e incluso la escuela para niños es difícil. No hay locales. ¿Quién puede vivir en estas condiciones?

Escucho interminables historias de pérdidas, sufrimientos y situaciones de penuria. Cada afgano que conozco me explica que ha perdido al menos uno, o normalmente más, miembros de su familia, por cascos de misiles, minas antipersona, el combate, la tortura, la violación - y una lista sinfín. En medio de este horror, el trabajo de RAWA destaca por el impacto real que ejerce en las vidas de quienes les rodean. No sólo ejercen un impacto material, sino también moral: les aportan la esperanza tan necesaria para un pueblo agotado por la guerra.

RAWA está llegando asimismo a la opinión internacional. Con el lanzamiento de su página web(http://www.rawa.org), han llegado a millones de personas de todo el mundo, consiguiendo mucho apoyo y sobre todo ayuda económica. Incluso un dólar ayuda, porque ese dólar puede servir para escolarizar a una niña durante un mes. Cada grano de arena contribuye a la causa.

"Esperamos que el mundo escuche nuestro mensaje. Esperamos que el mundo pueda oír nuestras voces enmudecidas por la represión y se una a nuestra causa para que nuestras voces suenen con firmeza y fortaleza en la lucha contra el opresor. Deseamos volver a nuestro hogar, a nuestro país, ya que si perdemos nuestro país, nos perderemos a nosotras mismas. Queremos trabajar por la paz, la libertad y la democracia en Afganistán, independientemente de cuánto tiempo tengamos que invertir ni cuántos sacrificios nos cueste: queremos conseguir la victoria. ¡Eso es lo que nuestro pueblo desea!"

No existen las respuestas fáciles ni las soluciones rápidas. Probablemente los refugiados no puedan regresar a sus hogares durante mucho tiempo. Pero en las afirmaciones de Sahar hay una verdad y eventualmente, es de esperar, que salga a la luz.

Si desea más información sobre RAWA, visite su página web: www.rawa.org





Meena Nanji es una cineasta con sede en Los Angeles. En la actualidad se encuentra en Asia, realizando un documental sobre RAWA.

Agradecimientos:
Todas las fotografías de este artículo se han tomado de la página web de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán.


De:
http://www.digitaltalkies.com/magazine/2001/JAN/1/11/limelight.asp
http://www.greenleft.org.au/current/433p22.htm





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