El País Semanal, 28 de enero de 2001

Una mujer en el infierno

La lucha contra el horror 'taliban'

Por Rosa Montero
Fotografia de Pedro Vikingo

En Afganistán, las mujeres no pueden trabajar ni ir a la escuela. No pueden salir solas a la calle ni hacer nuido al caminar. Behjat Hamra viaja por el mundo para mostrar la pesadilla que vive su pais y la lucha clandestina de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA).

Behjat Hamra, activista feminista afgana. Tiene 22 años y pertenece a RAWA, una organización clandestina de mujeres afganas que lucha contra la barbarie de los taliban. Es una voz que nos habla del infierno.


Imagina un país en el que las mujeres no pueden salir a la calle si no es en compañía de un varón adulto: del padre, del hermano, del marido. Tampoco tienen derecho a trabajar, y prácticamente carecen de asistencia médica, puesto que los hombres -los doctores-- no deben tocarlas. Imagina una sociedad que prohíbe que las niñas estudien: ni siquiera se les permite asistir a la escuela elemental. Además las mujeres no pueden hacer ruido al caminar, porque atraerían las miradas de los hombres, y están obligadas a vestir una incómoda y asfixiante prenda, la burka, que les cubre desde la cabeza hasta los pies; apenas si consiguen respirar desde dentro de ese sudario portátil, apenas si alcanzan a ver el mundo por los entresijos de la tupida red que les cubre los ojos.

Imagina además que en ese país está prohibida la fotografía, la música, la televisión; que los varones han de vestir ropas tradicionales y llevar largas barbas; que no hay bancos ni sistemas modernos de comunicación; que de los árboles cuelgan, como en una cosecha surrealista, televisores destripados y deterioradas cintas de vídeo, a modo de vencidos frutos del pecado; y que todos los viernes se celebran ejecuciones y mutilaciones públicas en los estadios deportivos, bárbaros espectáculos a los que los niños están obligados a asistir.

Parece una pesadilla, el producto de una fiebre delirante, pero resulta que ese lugar atroz que no cabe dentro de la razón es una realidad. Ese país existe y se llama Afganistán. Veinte millones de personas habitan en la actualidad dentro de ese infierno; otros seis millones de ciudadanos viven refugiados en el extranjero, sobre todo en Pakistán, en condiciones penosas. Behjat Hamra forma parte de esa masa fugitiva. Tiene 22 años y salió hace doce de Kabul, la capital afgana, ciudad en la que nació. Su padre era médico; su madre, profesora; ambos se opusieron a los invasores soviéticos y al gobierno títere que los rusos habían colocado (la URSS ocupó Afganistán desde 1979 a 1989), y llegó un momento en el que la situación se volvió tan peligrosa para ellos que tuvieron que partir hacia el exilio con la pequeña Behjat. La niña creció en Pakistán, aunque ahora vive en un tercer país cuyo nombre no diré por razones de seguridad. Y en realidad ella tampoco se llama Behjat Hamra: esto no es más que una identidad ficticia con la que se protege.

--Cuando usted salió de Kabul sólo tenía diez años de edad. ¿Ha regresado a Afganistán desde entonces?

--Volví el año pasado. Entré ilegalmente, oculta bajo una burka. Realmente la burka es estupenda para la clandestinidad... Te cubres con eso, te haces acompañar por un hombre barbudo y ya está, en la frontera entre Pakistán y Afganistán no te piden papeles.

--¿Y para qué volvió?

--La verdad es que fui simplemente para ver cómo era. Había contemplado tantas fotos, había escuchado tantas historias, pero quería ver la situación con mis propios ojos. Y debo decir que nada te prepara para lo que te espera allí. Aunque yo ya lo sabía todo, el impacto emocional fue tremendo... Ver ese Kabul destruido, porque el 70% de la ciudad está en ruinas; y el hambre, el miedo, la desesperación de la gente... Estuve diez días y fueron terribles.

Behjat pertenece a RAWA, que son las siglas de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, uno de los grupos opositores más activos e internacionalmente reconocidos del país. RAWA fue creada en 1977 por Meena, una chica jovencísima, para luchar por los derechos de la mujer. Luego llegó el vendaval de la historia y RAWA no tuvo más remedio que politizarse: primero contra los invasores soviéticos (Meena fue asesinada en 1987, a los treinta años de edad, por la KGB), y luego contra los diversos grupos islámicos. La asociación cuenta con 2.000 afiliadas; los hombres no pueden ser miembros pero sí pueden ser colaboradores, y de hecho hay un amplio número de varones que les apoyan. Behjat, que habla un inglés perfecto y transparente, es la portavoz del comité de Asuntos Exteriores de RAWA.

--Iría usted a Kabul acompañada por un varón, naturalmente...

--Claro, porque allí tienes que ir a casi todas partes escoltada por un hombre. Fui con uno de los colaboradores de RAWA, y con él recorrí muchos lugares. Por ejemplo, fuimos a visitar las escuelas secundarias de chicas. Antes en Afganistán había muy buenas escuelas de mujeres. Ahora están todas cerradas, y los refugiados a los que la guerra ha privado de hogar las utilizan para vivir, se mete una familia en cada clase. Fuimos a una de esas escuelas y había por lo menos treinta familias instaladas allí. Nosotros fingimos estar buscando a un familiar desaparecido, para que no desconfiaran; pero de todas maneras fue difícil hablar con ellos. Algunos incluso respondían con furia a nuestras preguntas: eran personas que habían perdido tan absolutamente todo que incluso habían perdido la paciencia para contestarnos. Pero luego, cuando se convencían de que no trabajábamos para los taliban, empezaban a hablar. Y sus historias eran terribles. Muchos decían que estaban viviendo una muerte gradual; que la religión les impedía suicidarse, pero que preferirían morir de una vez, porque no podían seguir soportando tanto sufrimiento. La mayoría de los refugiados eran viudas, mujeres que habían perdido a todos los hombres de su familia en la guerra y que ahora, con los taliban, no podían trabajar y ni tan siquiera salir a la calle. De manera que ahora tanto ellas como sus hijos pequeños se morían de hambre. El único recurso que les queda a estas mujeres es pedir limosna por las calles.

--Pero, ¿cómo se las arreglan para hacerlo, si no se les permite salir solas? Si las encuentran las castigarán, ¿no?

--Por supuesto, cuando salen a mendigar siempre corren el riesgo de que un taliban las azote con el látigo. Aunque aquellas mujeres me decían que el dolor físico de los golpes es lo de menos, lo terrible e insoportable para ellas es la humillación, porque además de pegarlas los taliban las insultan de la manera más terrible, las gritan, las vejan... Aún así, casi todas ellas salen a mendigar, porque no tienen otra opción. Eso, o prostituirse. Y los niños salen a rebuscar entre las basuras. Por otra parte, Afganistán es ahora un país totalmente hundido en la miseria, de manera que la gente no tiene ni un céntimo para dar a los mendigos. Algunas de las mujeres refugiadas en aquella escuela me decían que eran incapaces de pedir limosna, tan avergonzadas se sentían de su situación. Porque antes habían llevado una vida decente.

--Supongo que algunas de esas mujeres fueron antes profesoras, doctoras...

--Exactamente. Muchas de esas mendigas cubiertas con la burka fueron antes mujeres universitarias, profesionales. Una profesora de cuarenta y pico de años me contó que un día iba por la calle y no podía respirar bien, porque la burka es muy sofocante; de manera que se levantó la parte de delante. Entonces se cruzó con un taliban muy joven, un muchacho de unos diecisiete años que hubiera podido ser su hijo, y el chico se abalanzó sobre ella y empezó a insultarla de la manera más bárbara. Y esta mujer se indignó, no pudo soportar que un mocoso la tratara así, y lo que hizo fue quitarse la burka del todo y arrojársela a la cara del taliban. Desde luego fue muy valiente.

--¿Y qué pasó?

--En esa ocasión nada: el chico tuvo que salir corriendo, porque iba solo y en la calle había más gente, y todos estaban a favor de la mujer... Pero esta situación es rara, porque los taliban nunca van solos. Casi siempre van en grupos, montados en unos coches último modelo, armados con fusiles y pistolas. Y la gente no osa enfrentarse con ellos porque tienen miedo a las armas, como es natural. Aún así, hay mujeres que se atreven a abofetear a los taliban cuando las insultan... es una especie de resistencia desesperada.

--¿Qué puede sucederles?

--Los taliban son muy peligrosos, pueden matarte en mitad de la calle, te disparan sin más problemas... Una mujer que no cumple las normas o se enfrenta a ellos puede ser flagelada, o encarcelada, o incluso ejecutada... Y si están acompañadas por un varón, el hombre también corre la misma suerte.

De cuando en cuando, las antiguas alumnas de las escuelas secundarias se acercan por los edificios que ahora son usados como refugios, para recordar los buenos y viejos tiempos. Mujeres ataviadas de fantasmas con las burkas, dolorosas supervivientes dentro de un mundo fantasmal. Afganistán, dice Behjat, parece hoy un lugar perteneciente a otro planeta; y los taliban son como seres extraterrestres. Veo fotos en color de Kabul que Behjat transporta de un lugar a otro, para mostrar al mundo lo que allí sucede. Veo montañas de escombros, barbudos con látigos y pistolas sobre camionetas flamantes, niños sonrientes que llevan una ristra de manos amputadas y ensartadas en un alambre, como quien lleva un junquillo de churros. La palabra que más menciona Behjat es "antes". El adverbio le explota entre los labios, atragantado de incredulidad y de nostalgia.

--Supongo que regresar a Kabul tras doce años de ausencia y encontrarlo así fue una experiencia emocionalmente muy dura para usted....

--La verdad es que no tengo palabras para describir lo que sentí... No sé, era una mezcla de tristeza, enorme tristeza, y al mismo tiempo una rabia terrible, una indignación casi asfixiante. Visitar Kabul me hizo renovar interiormente el compromiso de luchar por mi país, redobló mis deseos de combatir todo eso... Todo fue muy impactante. Recuerdo que nada más entrar en Kabul vi toda la ciudad en ruinas y a una mujer muy mayor, una anciana de más de setenta años, pidiendo limosna en la calle. Y la gente pasaba a su lado sin tener ni un céntimo para poder socorrerla... Ahí se me saltaron las lágrimas. Durante los días que permanecí en Kabul lloré muchas veces.

--¿No tuvo usted ningún problema con los fundamentalistas?

--Por fortuna no, aunque estuve a punto de ser azotada. Me encontraba en una especie de mercado para mujeres, buscando una mercancía. Naturalmente no estoy acostumbrada a la burka y no podía ver nada, y tampoco podía respirar bien, de manera que en un momento determinado me alcé la parte de delante, sin darme cuenta de que estaba un taliban cerca. Entonces una de las mujeres que había en el mercado me gritó: "¡Por favor, cúbrete el rostro, viene un taliban!". Me tapé corriendo, pero el hombre estaba verdaderamente muy cerca y me vio. Yo estaba convencida de que me iba a pegar, y me sentí aterrada. Desde detrás del burka vi la reacción del hombre cuando pasó a mi lado, me miró muy furioso y me dijo un insulto que no alcancé a entender. Pero no hizo más y se marchó. Cuando desapareció, las otras mujeres comentaron que había sido muy afortunada. Tuve la suerte de que era un taliban normal, de los de a pie, por así decirlo. Hay otros que forman parte de una brigada policial especial que se llama Prevención del Vicio y Promoción de la Virtud, esos son los más feroces y los más peligrosos, te llevan a prisión o incluso te matan. Si hubiera sido uno de esos no me hubiera salvado.

--Esa brigada también ataca a los varones, ¿no es así?

--Por supuesto. Si los hombres no llevan la barba larga obligatoria, o la vestimenta tradicional, también son golpeados o encarcelados. O si encuentran a algún hombre por la calle durante las horas de oración, también lo castigan por no estar en la mezquita. Hay que rezar cinco veces al día. De manera que todo el mundo, hombres y mujeres, viven aterrorizados. Es una dictadura brutal.

--Pero los taliban no son más de 50.000. ¿Cómo pueden mantenerse en el poder?

--Porque poseen armas y el pueblo tiene las manos desnudas. Además la gente está totalmente desmoralizada, muerta de hambre, sin recursos de ningún tipo. Su situación vital es tan terrible que sólo pueden concentrar sus energías en pensar cómo conseguir algo de comer para el día siguiente. La mayor parte de la población vive en esa especie de muerte gradual a la que se referían los refugiados de la escuela. Por otra parte, los taliban reciben apoyo exterior. Están sostenidos con armas y dinero por Pakistán y Arabia Saudita.

--Tengo entendido que España proporciona armas a los talibán...

--En efecto, Suecia, Inglaterra, España, Estados Unidos... todos venden armas a los taliban a través de Pakistán y Arabia Saudita. El problema afgano hay que entenderlo como un problema de política internacional. Durante la ocupación de los soviéticos, diversos países, desde Estados Unidos a Irán, pagaron y fomentaron a los grupos integristas para oponerse a los rusos. De modo que fuimos una pieza dentro del juego de la Guerra Fría. Tras la retirada soviética, los diversos grupos fundamentalistas empezaron a guerrear entre sí. Entonces Pakistán creó un nuevo grupo para estabilizar la situación y poder manejarla. Taliban significa, como sabes, estudiantes de religión. Los taliban eran los huérfanos de la guerra que fueron educados en escuelas integristas en Pakistán. Aparecieron en 1994, tomaron Kabul en 1996 y ahora controlan el 95% del país. El otro 5% está en manos de otros grupos fundamentalistas. A los taliban los mantiene Pakistán, como digo, y a los otros integristas los apoya Irán, Rusia, Francia... Pero todos los fundamentalistas son igual de atroces. En RAWA creemos que la única salida posible es el regreso del antiguo rey. Ese rey nunca hizo nada de provecho por Afganistán, pero tampoco fue dañino. Podría ser una solución de emergencia, mientras se reconstruye el tejido democrático.

Behjat es morena, con la piel muy blanca, guapa y delicada. Podría ser una universitaria española y posee un aspecto algo aniñado, pero esa sensación de cotidianeidad y juventud se desvanece en cuanto que abre la boca. Se comporta de una manera tan seria, serena y concentrada, que parece mucho mayor de lo que es. Su trabajo en RAWA le hace viajar bastante; va por todo el mundo explicando la situación de su país en su inglés impecable, repitiendo lo mismo una y mil veces con la misma convicción, sin que sus palabras suenen a mitin, con una exposición precisa e inteligente. Escucho a Behjat, tan joven y tan capaz, y pienso que podría ser una estupenda ministra en un futuro Afganistán democrático.

--¿Cuándo decidió integrarse usted en RAWA?

--Bueno, mi madre pertenece a RAWA desde que yo tengo uso de razón, y mi padre es un colaborador muy activo. En Pakistán estudié en la escuela de RAWA, porque la organización ha tenido muy buenas escuelas superiores para chicos y chicas, para los refugiados, durante muchos años, hasta que hace muy poco tuvimos que cerrarlas por problemas de financiación. Pero yo asistí a una de esas escuelas, y además de las enseñanzas normales te hablaban de los derechos humanos y esas cosas... Así es que yo siempre tuve claro que quería ser activista de RAWA y luchar por los derechos de la mujer. Y a los diecisiete años tuve que decidir entre integrarme al cien por cien en la organización o estudiar en la universidad. Y escogí lo primero, sobre todo porque no podía ser activista y al mismo tiempo estudiar, hubiera sido muy arriesgado porque los fundamentalistas me hubieran localizado muy fácilmente en la universidad.

--RAWA tiene su sede en Pakistán pero en ese país también es una organización prácticamente clandestina, ¿no?

--Sí, casi todas nuestras actividades son clandestinas, salvo cosas como vender nuestras revistas por la calle. E incluso eso hemos de hacerlo con gran riesgo, porque los fundamentalistas nos atacan. Hace unas semanas hicimos una manifestación en Pakistán y fuimos apaleadas por los integristas, y varias de las mujeres terminaron en la cárcel. Pero la verdad es que todas esas cosas refuerzan tu compromiso, te reafirman en el convencimiento de que no podemos rendirnos, de que tenemos que librarnos de esos fanáticos.

--Decía usted antes que han tenido que cerrar las escuelas de RAWA por falta de fondos...

--Sí, tuvimos que cerrar las escuelas superiores para refugiados en Pakistán, pero todavía se mantienen los centros de educación primaria. Y también llevamos a cabo muchos proyectos en Afganistán, como planes de ayuda económica para las viudas y escuelas domésticas para niñas. Son escuelas clandestinas que se organizan en casas privadas, y constituyen la única vía de educación para las mujeres. Es una forma de resistencia civil muy extendida.

--Por cierto, y hablando de resistencia, desde hace un par de años Internet está lleno de cartas de denuncia de la situación afgana. Son una especie de circulares que hay que firmar y reenviar, como en el viejo método de las cadenas. Es un fenómeno muy extraño, porque tengo entendido que todas esas cartas no sirven para nada, y que además la dirección a la que hay que reenviarlas muchas veces ni siquiera existe...

--En efecto, es verdad. No sé de dónde han salido esas circulares. En un principio supongo que nacieron con buenas intenciones y que fueron una vía de información sobre el tema afgano, pero hoy ya no tienen ningún sentido. Firmarlas y reenviarlas no sirve absolutamente para nada.

RAWA se define como una organización política opuesta a los fundamentalistas, y esto hace que no reciban ayudas de los organismos internacionales oficiales. Su precario presupuesto depende, sobre todo, de donaciones particulares, de grupos feministas o de pequeñas oenegés, como Paz Ahora, que ayudó a Behjat en su gira española. Poseen una página web, www.rawa.org, y se les pueden enviar cheques, extendidos a nombre de Support Afghan Women, a la dirección postal PMB 226, 915 W. Arrow Hwy. , San Dimas, CA 91773, Estados Unidos. "Con un dólar americano (180 pesetas) podemos pagar el material escolar de un niño durante un mes; y con veinte dólares, podemos mantener a una persona adulta, a una profesora, por ejemplo, durante todo un mes", explica Behjat.

--¿Cuál era la situación de la mujer en Afganistán antes de que llegaran los integristas?

--Afganistán es un país muy diferenciado entre la zona rural y la urbana, hay un abismo que separa ambos mundos, y la población urbana es el 15% del total. Pues bien, en las ciudades, antes de que entraran los fundamentalistas en 1992, el 40% de los médicos y el 60% de los profesores eran mujeres. Antes la mujer en Afganistán tenía sus derechos. Por supuesto que no había una completa igualdad entre sexos, como no la hay en ninguna parte del mundo; pero las mujeres estudiaban, trabajaban, viajaban, se podían vestir como les diera la gana... Su situación era equiparable a la de las españolas. Más de la mitad de los estudiantes de Universidad eran mujeres, e incluso tuvimos ministras en el Gobierno.

--Parece increíble que todo eso haya sido destruido. Qué pesadilla.

--Es una pesadilla, sí, por eso el 90% de las mujeres en Afganistán padecen problemas psicológicos, según datos de las organizaciones médicas que trabajan en derechos humanos. Y no se trata sólo de la mujer. Todo el país está destrozado. El nivel cultural se ha derrumbado. El 95% de los niños afganos no están recibiendo ninguna educación.

--Es un país que parece haber escogido el suicidio...

--Sí.... Sí. Para la gente mayor que yo, para gente como mi madre, por ejemplo, que pasaron la mayor parte de su vida en otro tipo de Afganistán, en un país libre en donde tenían sus derechos, porque mi madre fue a la escuela, a la universidad, iba a fiestas, acudía a festivales que se celebraban en Kabul... Para la gente de esa generación la situación actual es muy difícil. Mi madre no puede creer que esté sucediendo lo que está sucediendo, no le cabe en la cabeza que esté pasando todo esto. A veces, cuando ella me habla del Afganistán de su juventud, yo tengo que interrumpirla y preguntarle: ¿Pero estás hablando de verdad de Afganistán? ¿Hemos tenido de verdad alguna vez un país semejante? Es algo tan... Tan...

--Tan triste.

--Tan triste, sí. Tan triste.






[Home] [RAWA in Media]