El Mundo, 16 de agosto de 2001

«Afganistán se ha convertido en el infierno»

Sabira Mauteen, miembro de la Asociación Revolucionaria de las Mujeres Afganas, invitada en España por la ONG "Paz Ahora" denuncia la situación que vive su país.


MARIA FLUXA

El coraje de Sabira Mauteen ya lo quisieran tener los agentes de la policía religiosa de los talibán, esos jóvenes fanáticos dependientes del Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio que patrullan las calles de Afganistán con látigos, palos y kalashnikovs para hacer cumplir las leyes que dicta el Amir-ul Mominen o jefe de los talibán, el mulá Omar. Porque es un conflicto olvidado -«pues la comunidad internacional no tiene ningún beneficio que obtener del país»-, Sabira, que forma parte de RAWA (Asociación Revolucionaria de la Mujeres de Afganistán), está en España, invitada por la ONG Paz Ahora, para denunciar, un vez más, la situación que se vive en Afganistán y en los campos de refugiados de Pakistán donde se hacinan miles de afganos desplazados por la guerra que se libra en el país desde hace 20 años.

A Sabira no le sorprende la actual movilización de la comunidad internacional por la detención de ocho cooperantes extranjeros. Ya lo vio antes cuando se destruyeron los Budas de Bamiyan. «Fue doloroso para nosotros», dice, la comunidad internacional denunciaba la destrucción «mientras miles de personas morían por falta de comida».

«Occidente sólo se preocupa por sus propios ciudadanos, pero es más seria la situación de los 16 afganos detenidos con ellos. Al fin y al cabo, los extranjeros serán liberados, pero los demás corren peligro», asegura en una entrevista telefónica, en referencia a la detención de los cooperantes de la ONG Shelter Now.

Sabira sabe que para Afganistán es tan destructiva la política de los talibán como la apatía de la comunidad internacional. «Es tan clara su hipocresía», dice, «predican los derechos humanos y ahí sigue sucediéndose la tragedia, sin ninguna reacción». Se trata de una tragedia «que no sólo atañe a las mujeres, va contra toda la nación».

Sin embargo, tiene esperanza. Los talibán «no pueden permanecer en el poder para siempre, no cuentan con el apoyo de la gente, la resistencia ha comenzado, aunque no sea visible», dice. Pero sabe que eso no es suficiente, porque la gente «está cansada tras 20 años de guerra, porque nadie se moviliza con el estómago vacío». Por eso, la caída de los talibán pasa irremediablemente por los países extranjeros, que «deben dejar de financiarlos, deben desarmarlos, convocar elecciones democráticas...».

Esa esperanza no incluye al comandante Masud, líder de la Alianza opositora del Norte. «Los fundamentalistas no son sólo los talibán. La gente no olvida lo que hicieron Masud y sus aliados cuando estaban en el poder, cometieron muchos crímenes, destrozaron el país, cómo podemos olvidar eso. Si volviera al poder sería otro mulá Omar», sentencia.

Del mulá Omar precisamente salen los decretos abominables que rigen el país. Como el publicado en 1996, tras la toma de Kabul, la capital afgana, en el que se afirmaba: «Mujeres, no debéis salir de vuestra residencia, si salís de la casa no debéis ser como las mujeres que llevan vestidos elegantes y muchos cosméticos... El Islam, como religión salvadora, ha determinado una dignidad específica para las mujeres». Lo demás ya se conoce.

Pero, ¿por qué las mujeres? El régimen de los talibán justifica que su opresión eleva la moral de sus tropas. También se ha dicho que la burkha, la jaula de tela que deben llevar las mujeres, forma parte de la tradición y la cultura del país. «Tonterías», dice Sabira, «su política de restricción no tiene nada que ver con nuestra tradición, ni con el Corán».

«Nos oprimen porque somos muchas las mujeres las que sabemos vivir en un sistema democrático. Porque nos ven como resistencia, porque nos organizamos, educamos a nuestros hijos, no queremos que la próxima generación sea analfabeta», añade.

Gran parte de esa próxima generación crece en los campos de refugiados paquistaníes, en los que 70.000 personas viven sin absolutamente nada, «porque la ayuda de las agencias internacionales es escasa». La única opción de estos refugiados, que ni tan siquiera son reconocidos como tales por las autoridades paquistaníes, es mendigar, prostituirse o esperar a la muerte.

Según Sabira, «la vida en los campos no es mejor que dentro de Afganistán», un país «que carece de toda estructura social, cultural, política, económica. Dirigido por una clase política analfabeta, que usa el Islam para oprimir a la gente, que ha matado a la población psicológicamente y que sólo piensa en crear leyes terroríficas».

Como el decreto antes mencionado, que advertía: «Si las mujeres salen con ropas elegantes, ceñidas y encantadoras serán maldecidas por la sharia [ley islámica] y no podrán esperar ir al cielo jamás». Pero a quién le importa el cielo, cuando «Afganistán se ha convertido en el infierno», concluye Sabira.


http://www.elmundo.es/diario/mundo/1036687_imp.html





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